«Detrás de cada persona en necesidad, hay una vida»

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Campo de trabajo de jóvenes en la Casa de la Misericordia de Alcuéscar

La mirada de Dios…

La sonrisa de Paquito, el abrazo de Nene, la mano de ángel, las notas que siempre escribe Daniel para dar la bienvenida… son las pequeñas grandes cosas que los jóvenes de nuestra Diócesis seguirán recordando a lo largo de estos días.

Estar un fin de semana en la Casa de la Misericordia de Alcuéscar, es estar en casa, recibir y dar cariño, ser acogido por los Esclavos de María y de los Pobres y por personas que con una simple mirada pueden transformar tu vida. De esta manera pasas a formar parte de un universo donde se cumple el Evangelio: «Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis.» -Mt. 25,40.

Los sentimientos parecen amontonarse y las palabras no pueden ayudarte para expresar los días vividos, porque todo lo que hemos recibido será reflexionado cada día, en nuestro cambio de actitud con el prójimo, en pensar en el plan de vida que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros. Sobre esto último nos hablaron las Hermanas de Almoharín: ¿Qué tiene pensado Dios para ti?

Todos estamos llamados hacer algo grande con la vocación que debemos desarrollar en nuestra vida. Así nos lo mostraron varios jóvenes con su testimonio, señalando que Dios es quien guía sus vidas. Porque seguramente todos recordaremos en la noche del sábado la mirada del Padre, cuando uno a uno de rodillas se postraban ante la misericordia del Señor, sintiendo su presencia y su ayuda para caminar cada día.

Muchos testimonios surgirán estos días, pero lo más importante lo sentirán en su interior, recordando la mirada de Dios en el rostro de los más necesitados.

Delegación de Infancia y Juventud

MARCOS PRADEL 23 años, Arquitecto.Testimonio joven: «Un fin de semana lleno de alegría»

Hace unas semanas, tuve la suerte de acudir al campo de trabajo, organizado por la Delegación de Infancia y Juventud de la diócesis de Cáceres, en la Casa de la Misericordia de Alcuéscar -Cáceres. Realmente, no sé cómo describir lo que sentí pues, para empezar acudí con el miedo y el nerviosismo de conocer un lugar nuevo. Durante el camino hacia Cáceres comentaba con los otros 3 amigos que viajábamos desde la diócesis de Cuenca, cómo sería esta gente y qué labor desempeñaríamos puesto que íbamos un poco a ciegas. Solo ángel había estado aquí, pero tampoco nos quería desvelar mucho.

Durante un tiempo atrás, ángel me había contado historias de la Casa de la Misericordia, del padre Fernando y de los voluntarios que acuden allí, pero las escuchaba como algo lejano que no tenía mucho que ver conmigo, hasta que de repente el sábado por la mañana entré por primera vez a la casa. Era el segundo turno del desayuno y allí estaban los más débiles. Durante unos minutos me quedé impactado de la dureza de la situación, personas que se encuentran completamente solas en la enfermedad. Sabía lo que me iba a encontrar pero, no había sido capaz de verlo hasta tenerlo delante de mí. Tuve esa sensación que invade a gran parte de la sociedad, la de rechazo. Pero, precisamente ésa era una de las razones que me habían animado a ir, ya que nunca he tratado con este tipo de personas, ni me he enfrentado a ello. Así empecé a hablar con ellos, a escucharles, a reírme también. En mi casa comparto con mi familia y en la familia, cuando se habla, se escucha, se ayuda, se comparte y se ríe, hay alegría. Este fin de semana fuimos familia, allí había alegría. Yo notaba cómo los internos tenían esa necesidad de hablar y compartir, se acercaban, querían contarnos sus historias, pero también querían del mismo modo escuchar nuestras cosas.

Realmente según pasaban las horas, me iba alejando de mis pensamientos y los problemas que me ocupan, para atender lo que necesitaban en cada momento. Antes de ir, era de los que tienen la necesidad de acelerar el paso cuando ves a alguien en la calle con problemas físicos, psíquicos o simplemente solo, allí se transformaba en lo contrario, en querer pararme y escuchar, aunque sólo fuera para dar los buenos días. Cada día vivimos encerrados en nosotros y no nos paramos ante las necesidades que nos rodean, en la Casa de la Misericordia me han enseñado que detrás de cada uno de ellos hay una VIDA. Esto es lo que no podía parar de pensar durante la adoración al Santísimo de la última noche. Cuantas veces habré pasado por alto a la gente que vemos por la calle, que realmente necesita ayuda…

Allí he visto como el Señor ayuda, tanto a internos como a voluntarios, llenando de ALEGRíA una casa que normalmente te haría pasar rápido y sin mirar.

MARCOS PRADEL 23 años, Arquitecto.

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