«El debate sobre la Eutanasia sigue abierto»

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Mons. José Mazuelos es el presidente de la Subcomisión Episcopal Familia y Defensa de la Vida desde 2020 y fue el encargado de impartir la última formación sacerdotal en nuestra diócesis de Coria-Cáceres, sobre la eutanasia, el jueves 20 de mayo.

En el documento: «La vida es un don, la eutanasia es un fracaso» los obispos españoles explican la postura de la Iglesia española ante la eutanasia. ¿Cree que el debate sigue abierto a pesar de la aprobación de la ley?

La Iglesia tiene claro que la vida es un don de Dios y toda vida humana tiene una dignidad y debe ser respetada desde el inicio hasta el final. Decía un médico español que el respeto a la vida humana es una píldora que hay que tomársela entera. Al mismo tiempo nadie puede decir: «mi vida es mía exclusivamente y puedo hacer con ella lo que quiera». La dimensión social del ser humano hace que todos seamos responsables y todos nos veamos afectados por atentar contra una vida humana. Lógicamente todos tenemos el poder de quitarnos la vida pero no tenemos el derecho ni el deber de atentar contra ninguna vida humana. Como afirma Samaritanus Bonus «el valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico». Por ende, «no se puede elegir directamente atentar contra la vida de un ser humano, aunque éste lo pida».

El debate sigue abierto pues el estado ha abierto una puerta para poner ciertas vidas humanas, normalmente débiles, en manos de otros y esto es muy peligroso. Al mismo tiempo, habrá que vigilar las inversiones en cuidados paliativos.

¿Cree que la tramitación «exprés» en plena pandemia de la ley de la Eutanasia ha imposibilitado un verdadero debate social sobre la misma?

Así ha sido. Es más, creo que se ha tenido la intención de aprobar esta ley por la puerta falsa, con nocturnidad y alevosía y para ello ha venido muy bien la pandemia para evitar un diálogo serio y racional que informase a la sociedad de los peligros y del posible atentado a la justicia que conlleva esa ley.

¿Consideran que los cuidados paliativos en España pueden mejorar?

Claro que pueden y deben mejorar. La gran mayoría de la población no tiene acceso a unos buenos cuidados paliativos. No podemos olvidar que lo propio de la medicina es curar, pero también cuidar, aliviar y consolar sobre todos al final de esta vida. La medicina paliativa se propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final. Una auténtica legislación para humanizar el momento de morir y poder hablar de buena muerte, no se logra imponiendo una ideología eutanásica, sino fomentando unos buenos cuidados paliativos. Es eso lo que recoge el documento de la Santa Sede Samaritanus Bonus, que afirma: La verdadera compasión humana «no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, en sostenerlo», ofreciéndole afecto y medios para aliviar su sufrimiento. Incurable nunca es sinónimo de «in-cuidable». Y el documento de la Conferencia Episcopal Española «Sembradores de esperanzas. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida», que afirma: «Quien sufre y se encuentra ante el final de esta vida necesita ser acompañado, protegido y ayudado, recibir los cuidados con competencia técnica y calidad humana, ser acompañado por su familia y seres queridos y recibir consuelo espiritual y la ayuda de Dios, fuente de amor y misericordia«.

En nota de prensa previa a la aprobación de la ley, los obispos señalaron que «La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de la vida y ha suscitado solicitud por los cuidados, al mismo tiempo que indignación por el descarte en la atención a personas mayores» ¿Se nos olvidará el cuidado del «don» que suponen los mayores para cualquier sociedad cuando la pandemia del covid pase en occidente?

La epidemia que seguimos padeciendo nos ha hecho caer en la cuenta de que somos responsables unos de otros, relativizando las propuestas de autonomía individualista; la forma de morir en soledad. Al mismo tiempo, ha puesto en evidencia la situación de las residencias de mayores, urgiendo a una profunda revisión de lo que ha ocurrido en estos centros en los que muchos mayores quizá no han recibido una asistencia adecuada. Es por ello que no podemos bajar la guardia y hay que tener siempre presente y enseñarlo, que todo ser humano tiene una dignidad infinita. No depende de la edad, ni de la raza, ni de la salud. Existe una dignidad que es objetiva y es propia de todo ser humano. Cada persona es un fin en sí mismo, nunca un medio, por ello requiere todo el esfuerzo que sea necesario para cuidarla y atenderla. El ser humano no puede ser tratado como un objeto inútil o como una carga que produce gastos a la sociedad e incomodidades a la familia. Una sociedad que quiere crecer en humanidad tiene que dejar claro que las personas frágiles nunca son menos valiosas y siempre tiene que ser acogidos, ayudados y queridos por la sociedad y la familia.

En la misma nota señalan que «La experiencia de los pocos países donde se ha legalizado nos dice que la eutanasia incita a la muerte a los más débiles.» ¿por qué?

En los países como Bélgica y Holanda en los que está aprobada la ley de la eutanasia se observan los siguientes problemas. El primero es la arbitrariedad en el uso de la ley, como sucede con el aborto, cuando se legaliza la eutanasia, sus límites se expanden sin cesar. En Holanda se han llegado a aplicar eutanasias aduciendo alcoholismo. En este país y en Bélgica se ha legalizado para los menores de edad. Se utiliza para resolver problemas de sufrimiento psicológico y soledad, quedando así enmascarados el déficit de solidaridad en nuestra sociedad. El segundo problema patente es el atentado a la igualdad. De hecho, en esos países se observa que quien se acoge a la ley de eutanasia es mayoritariamente la población de más bajos ingresos. Como afirma Josep Miró en su artículo La eutanasia o las ideas tienen consecuencias, «Los muy ricos son sometidos a hibernación a la espera de una solución para su mal incurable, y los que no pueden liberarse de la asistencia pública, son empujados a decidir sobre su muerte». La persona que se siente una carga social y una carga para la familia se siente invitado a morir cuando una ley le protege en este sentido.

La mirada a los países en los que está legalizada la eutanasia nos lleva a afirmar que los más débiles, los más abandonados, quienes poseen menores recursos, serán los más propensos a terminar sus días voluntariamente.

¿Qué es el testamento vital?

El Testamento Vital es un documento en el que una persona decide, de forma anticipada, acerca de los tratamientos médicos que quiere o no recibir, así como del destino de su cuerpo y órganos en caso de fallecimiento.

El Testamento Vital es esencial para dejar constancia de nuestra voluntad de aceptar o rechazar determinados tratamientos médicos si se da el caso de que no estemos conscientes o nuestra salud mental ya no nos permita decidir.

En este sentido, trata de garantizar que vamos a recibir solo aquellos tratamientos con los que estemos conformes, al mismo tiempo que liberamos a nuestros familiares del peso de tomar decisiones por nosotros en situaciones tan difíciles.

¿Cree que hoy en día nos falta «saber morir» y «saber vivir la enfermedad»?

Hoy nuestra sociedad está instaurada en lo que podemos llamar la filosofía del placer, que reduce y coloca al hombre en el universo consumista. La muerte y el dolor pierden todo valor y el hombre es incapaz de comprender el significado de éstos. El dolor es considerado como un elemento perturbador. Como afirmaba el Cardenal Tettamanzi «En una cultura que adora y sirve como a sus ídolos el tener, el poder y el placer no puede aceptarse a los sufrientes y moribundos…. La enfermedad incurable o la muerte dolorosa se considera absurda y, por tanto, hay que evitarla a través de la eutanasia».

Podemos afirmar que nuestra sociedad tiende a rechazar acompañar al enfermo grave y ve en el rostro del incurable sólo la terrible máscara de la muerte; difícilmente reconoce que el incurable no está todavía muerto, sino que vive. Es por ello necesario buscar caminos para enseñar que la última fase de la vida, en la que muchas máscaras caen, puede ser el momento de una experiencia completamente nueva de encuentro con los otros cuando éstos son capaces de estar cerca, de escuchar, de comprender y de manifestar a través del silencio, la palabra o por simples gestos, que quien se va no es rechazado por la sociedad de los vivos.

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