“Las jerarquías y las fronteras las inventa el hombre”

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Coria fue este domingo la ciudad anfitriona de la VIII edición del Encuentro a nivel regional de personas migrantes y refugiadas.

Un evento que se desarrolló en el colegio concertado Sagrado Corazón bajo el lema Libres de elegir, migrar o quedarse. Organizado por las delegaciones diocesanas de la provincia Eclesiástica de Extremadura contó con la asistencia de más de 250 personas. Tras la recepción y las palabras de bienvenida de la  organización y las autoridades locales, hubo espacio lúdico con una yincana para niños y adultos por el casco histórico de la localidad.

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Seguida de la eucaristía en la Catedral de Coria presidida por el obispo de la Diócesis de Coria-Cáceres, Jesús Pulido. En su homilía, el prelado recordaba que Dios nos anuncia un mundo nuevo: “En el que los pobres tendrán hasta saciarse y los ricos pasarán hambre, que los poderosos que están en los tronos serán derribados y los humildes serán enaltecidos. El mundo al revés. Nadie se ha atrevido nunca a tanto, solo Jesús. Y además nos lo ha dicho de múltiples maneras”. El obispo recordó a “Los israelitas que se sentían y se creían hijos de Dios y dueños de la religión y consideraban a los extranjeros como los perrillos que se sientan a la mesa para recoger las migajas y Jesús les dijo que vendrían de oriente y de occidente y se sentarían en el Reino de los cielos mientras ellos se quedarían fuera. Así fue con los sacerdotes, los levitas, que se consideraban puros y Jesús les dijo que los publicanos y las prostitutas les precederían en el reino de los cielos, irían delante de ellos”.

El obispo señalaba que ningún revolucionario de la historia ha llegado a tanto: “Y les decía Jesús: no busquéis los primeros puestos porque quien se ensalza, será humillado y el que se humilla será ensalzado. Yo no creo que ningún revolucionario de la historia haya llegado a tanto. Ni la revolución francesa que decía arriba la burguesía y abajo la nobleza, o la revolución rusa que decía arriba el proletariado y abajo los zares, ninguno ha sido tan radical como y la gente lo tomaba en serio. Tanto es así que cuando Jesús decía estas cosas le querían apedrear, despeñar, buscaban algo para acabar con él. Y al final lo crucificaron, porque si seguía así, el poder del César estaba en peligro, atentaba contra el orden establecido.”

Una revolución no “mediante la guerra o la violencia, como lo ha habido en la historia, sino mediante las armas de la fe, el amor y mediante la conversión del corazón, que es más eficaz y duradera”.

La conversión consiste en un cambio de mentalidad, “se lo dice Jesús a Pedro: no piensas como Dios, tú piensas como los hombres. Nosotros, los hombres, tenemos una forma de medir a las personas según los criterios de este mundo. Unos criterios que hemos construido nosotros, con escalafones y jerarquías, con fronteras y divisiones, agarrándonos a puestos, a estatus y sintiéndonos los unos por encima de los otros. Catalogamos a los demás, diferenciamos entre los que tienen y los que no tienen. Los que mandan y los que obedecen, los que triunfan y los que fracasan, los buenos y los malos, los de mi país y los de fuera, los de mi religión y los ateos. Era una preocupación constante de los judíos y de los discípulos en tiempos de Jesús. Quién es el mayor y quién es el pequeño, quién tiene que ocupar los puestos de honor en la sinagoga, en los banquetes, incluso en el reino de los cielos, quien se sienta a la derecha y a la izquierda. Acentuamos en nuestra mentalidad humana aquello que nos divide y a veces lo acentuamos tanto que llega a quedar oscuro y en la penumbra lo que nos une. Dios en cambio, ve las cosas de otra manera. Él no hace distinciones ni acepción de personas, hace salir el sol cada día sobre buenos y sobre malos. Y llueve para justos y para pecadores. Dios es padre de todos y nos mira todos como sus hijos que somos. Valora lo que tenemos en común, no lo que nos diferencia, lo que nos hace hermanos y no lo que nos hace adversarios. Las jerarquías y las fronteras nos las inventamos nosotros”.

El prelado insistía en que a veces, en nuestras organizaciones, nuestra convivencia, nuestras normas, nuestras jerarquías, “desfiguran y destruyen nuestra dignidad de personas humanas”, sin embargo, esta revolución a la que Jesús nos invita es la del amor, “esta revolución no violenta y esta revolución que requiere la conversión constante del corazón. Algunos de nosotros que vivimos en países más ricos que otros, decimos como los de la parábola, yo he llegado antes y esto es mío, yo soy de la primera hora en este país y esto me pertenece. Y los que acaban de llegar a la cola tienen menos derechos. Cuando hay personas que pueden viajar por placer libremente y otros que tienen que viajar por necesidad se encuentran con vallas insalvables mientras sus productos, sus recursos y mercancías salen de su país y pasan sin problemas las fronteras, pues ciertamente es una llamada a la conversión”.

Hay quien rechazó el mensaje de Cristo, pero “el Evangelio arraigó en los pobres, en los necesitados, en los pecadores, en los perseguidos, en los ladrones arrepentidos. En aquel publicano que dijo: no soy digno de ponerme en el primer banco. En el hijo pródigo que dijo no soy digno de llamarme hijo tuyo. En aquel centurión extranjero que dijo no soy digno de que entres en mi casa. En aquel recaudador, Zaqueo que dijo no soy digno de que te fijes en mí. En aquel buen ladrón crucificado junto a él que dijo: yo me lo merezco, pero tú no.”

Dios es juez. Un juez paciente y misericordioso, sí, que espera nuestra conversión y nos da tiempo, pero no le da lo mismo nuestras injusticias. Él es el defensor del pobre y del desvalido, del huérfano y de la viuda, del extranjero. Él nos llama una y otra vez a poner las cosas en su sitio, la voz de los necesitados. Si el afligido, si el oprimido, si el maltratado invoca al Señor, Él lo escucha y hará justicia sin tardar. La oración de los pobres conmueva el corazón de Dios, que también conmueva el nuestro, para que no dejemos de ver en el prójimo necesitado a un hermano, aunque esté desfigurado y no tenga apariencia humana. Por el maltrato, por el hambre, la exclusión, porque así también estuvo Jesús en la cruz, porque no pide limosna Jesús, nos está pidiendo justicia cuando nos llama la conversión”, sentenciaba Mons. Jesús Pulido.

Lo mejor de la jornada, sin duda, la convivencia. Un joven de Perú destacaba que “Me pareció genial interactuar con hermanos de muchas culturas y naciones, nos divertimos…”. A su lado, desde Honduras, destacaban que era una oportunidad “para conocernos e integrarnos, a través de diferentes actividades”.  Desde Venezuela valoraron el trabajo de la organización y a todos los que aportaron su granito de arena como voluntarios.

Principalmente, los asistentes procedían de América Latina, uno de los participantes, orihundo de España destacaba que lo más satisfactorio era “ver a la gente contenta y feliz. Personas emocionarse en el taller al recordar expresiones de sus países”. También hubo espacio para próximos deseos, la de conseguir la participación de otra culturas, países y continentes como Marruecos o África.

Los actos llegarán a su fin con una comida de convivencia entre todos los participantes, voluntarios y organizadores y música con actuaciones.

El objetivo de este encuentro es «insistir en el derecho de las personas a poder permanecer en sus lugares de origen y poder tener unas condiciones de vida y trabajo dignos». Esta actividad es una de la numerosas que organiza la delegación de Personas Migrantes y Refugiadas perteneciente a la diócesis y que tienen como principal objetivo concienciar sobre la situación de estas personas.

 

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