24 abril 2013
Tierra Santa el Quinto Evangelio: Peregrinación de las Parroquias de Salorino Membrío y Carbajo

Por mucho que me hubiesen hablado de Tierra Santa, la hubiese estudiado, la hubiese rezado y soñado, nunca pude imaginar que todo, absolutamente todo se iba a quedar tan corto. Como cualquier cristiano y, especialmente, siendo sacerdote, una de las metas de mi vida era pisar los lugares donde vivió el Señor, la tierra que el Padre Eterno dio como herencia a Abraham y su descendencia por siempre. Por este motivo la peregrinación internacional que este año había organizado con mis parroquias era precisamente a los lugares más santos en la Tierra y unas sesenta personas de estos pequeños pueblos se apuntaron, ilusionados, a realizar el viaje de nuestras vidas.
ése era el lema de la peregrinación y así se ha vivido por parte de todos, que en estos días hemos formado una familia que ha rezado, se ha reído, ha tenido momentos de intensísimo recogimiento y ha disfrutado de la belleza deslumbrante de una tierra verdaderamente tocada por Dios. Y no sólo la tierra, nosotros nos hemos sentido tocados por Dios, incluso me atrevería a decir que en algunos lugares no sólo tocados sino verdaderamente zarandeados. Dios se toca, se palpa, se siente, se respira allí de un modo más intenso que en cualquier otro lugar: te habla más directamente, más intensamente, más íntimamente.
Desde el primer momento comenzaron las emociones, poder celebrar la Santa Misa en la Basílica de la Anunciación de Nazaret es algo único, visitar la Gruta, la Casa de San José, los restos de la ciudad donde creció Dios Hijo y contemplar la humildad del lugar te hace reflexionar sobre las vanidades del mundo. El Mar de Tiberíades tiene algo indescriptible, no sólo las iglesias de la Multiplicación de los Panes y los Peces, el Primado de Pedro, Cafarnaum y la sinagoga donde enseñó el Señor, o el sicomoro de Zaqueo, sino el mar en sí. Cuando en la travesía el barco se detuvo y tuvimos un encuentro íntimo con Dios, en las aguas sobre las que caminó, algo nos hizo ver que nuestras vidas quedarían para siempre ligadas a aquellos lugares y sentimos la llamada de ser pescadores de hombres.
Al cruzar la frontera hacia Jordania el encuentro con el mundo helenístico de Gerasa donde se fusionan el mundo griego, romano y oriente y que nos trasladó al contexto histórico de los primeros tempos de la Iglesia. Encuentro con la riqueza cultural de los pueblos del Creciente Fertil en la sublime Petra de los Nabateos, encuentro con Bizancio, la Nueva Roma, en Madaba, encuentro con el Antiguo Testamento en el Monte Nebo, donde un escalofrío nos sacudió en el mismo lugar donde el Patriarca Moisés vio la Tierra Prometida.
De vuelta a Israel, Jericó, la ciudad más antigua de la historia, la vista del Monte de las Tentaciones, la subida a Qumram, que, como apasionado por los estudios bíblicos, me emocionó especialmente, el baño en el Mar Muerto y el cruce del Desierto de Judá hasta subir a la Ciudad Tres Veces Santa. Cuando vimos por primera vez Jerusalem al atardecer cantamos a voz en grito el Salmo 121: ¡Subíamos a ella como las tribus de Israel! No es posible explicar con palabras cuánto allí vivimos, la Santa Misa en el Dominus Flevit, las iglesias de la Ascensión, el Padre Nuestro, la entrada por la Puerta de Judá a la Ciudad Vieja, la Piscina Probática, la Iglesia de Santa Ana, el Vía Crucis por la Vía Sacra culminado en la Basílica del Santo Sepulcro, quizá el lugar que afectos e impresiones más fuertes imprimieron en nosotros. Todo ello nos preparó para la intimidad de la Hora Santa, una vez caída la noche, en la Basílica de Getsemaní cerrada para nosotros, donde oramos en torno al Santísimo en la roca donde lloró y oró antes de su Prendimiento, como nosotros también lo hicimos.
Pasamos a Palestina donde compartimos la Santa Misa en la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima de Belem, con la comunidad local, allí nuestros hermanos nos dieron un verdadero testimonio de fe, piedad y devoción y prepararon con todo cariño un café para nosotros. Pese a las diferencias lingüísticas nos unía el amor a Dios y la Fe común, que nos hicieron superar cualquier barrera. La Basílica de la Natividad, cómo no estremecerse en ella. Al verla contemplamos los Misterios de la Encarnación, Nacimiento, Muerte y Resurrección del Verbo de Dios. Iglesias de San José, San Jerónimo, Santa Catalina, las grutas de los pastores en Beit Sahour, en Ein Karem las iglesias de la Visitación y del Nacimiento de San Juan Bautista completaron el día antes del regreso a Jerusalem y la visita al Muro de las Lamentaciones, al que acudimos como Nuevo Israel, el pueblo de la Nueva y Eterna Alianza.
Antes de salir hacia Tel Aviv unas horas libres para perdernos por Jerusalem, pasear por sus calles intrincadas, disfrutar los últimos momentos de la proverbial hospitalidad de las gentes de Tierra Santa, despedirnos interiormente del Señor y su Tierra Prometida. Caras de pena a la partida, pero alegría en las almas, por haber tenido el privilegio de pisar los Santos Lugares y de saber que en ellos todos hemos sufrido, de un modo u otro, una transformación. Allí queda un poco de nosotros y algo de allí ha venido con nosotros, que ya estamos deseando volver a pisar de nuevo los pasos del Señor.
Miguel ángel álvarez Holgado
Párroco de Carbajo, Membrío y Salorino
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