29 enero 2013
Una semana después de su despedida: Rafa un viaje sin maletas hacia la eternidad

La muerte de Rafa nos ha sacudido fuertemente las entrañas, pero la razón y la fe siguen firmes en el Señor de la vida. Se fue de viaje a la eternidad, en un día en el que su billete de ida estaba reservado para viajar a Madrid con la bolsa de viaje ya dispuesta y el coche preparado para llevarlo a la estación. En pocos instantes, una hemorragia cerebral le deja herido de muerte.
Rafael Hernando García, nació en Campaspero, un pueblecito de Valladolid, hace 57 años, en una familia que trabaja duramente en los recios paramos de Castilla. Rafa estudió el bachillerado en Valladolid en el colegio de los Hijos de María Inmaculada, congregación religiosa, fundada por L. Pavoni, a la que se adhiere como religioso, en su madurez. Se licenció en filosofía, y en todo lo que se necesita para ser un educador profesional, especialmente con los chavales que por sus circunstancias son siempre «los últimos de la fila». En el año 1992, llega a Cáceres y se inserta en la pastoral de jóvenes en la parroquia de Guadalupe.
Su observación atenta, sus reflexiones y su profundidad de fe, le hacen plantearse su vocación para ser sacerdote. Terminados los estudios teológicos regresa a Cáceres y se integra en la parroquia de Guadalupe como Vicario parroquial. Sus 15 años, interrumpidos solamente por sus sucesivas operaciones de cabeza, no le frenan para acompañar con esmero las tareas cotidianas que precisa el proceso pastoral de los grupos y equipos de la comunidad parroquial, en sus diferentes áreas pastorales. Pasó por días de lento sufrimiento, pero nunca le oí lamentos, ni quejas. Todo lo ha llevado con una lectura creyente y una profundidad de fe encomiables, siempre dándose a sí mismo, que vale más que dar las cosas más preciadas.
He conocido y convivido con Rafa largos años de mi vida, desde niños en el colegio de Valladolid hasta pocas horas antes de su muerte. Juntos hemos compartido la dinamización pastoral de la parroquia, los proyectos de jóvenes, la pasión por la música, los ideales renovadores, las iniciativas rebeldes, las inquietudes sociales, las acciones emprendedoras, las nostalgias de los amigos comunes del pasado, el aliento en las decepciones, las esperanzas en lo que no se ve, la confianza más profunda y sincera, los apoyos mutuos para mantenerse firmes en la fe cuando no se ven los resultados, y el amor a la parroquia, a la congregación y a la iglesia.
Estuve en la primera Misa que celebró en su pueblo. Ahora he vuelto otra vez a la misma iglesia para participar en su «última Misa», en el día de su entierro. Me resulta espontáneo ver el paralelismo entre la vida de Rafa y la última cena de Jesús. Rafa entregó también su vida, desgastándose por amor a los demás y entregó su cuerpo, como Jesús, pues ha donado todos sus órganos para que cinco personas vivan y otras dos puedan ver con sus ojos.
La Comunidad de Guadalupe llora emocionalmente por no tenerle ya a nuestro lado; pero al mismo tiempo damos gracias a Dios por el regalo de su vida que nos ha hecho a través de su familia biológica, de su familia de congregación religiosa y de su propia persona.
Rafa, gracias, por habernos regalado tu testimonio de fe y de vida con tu entrega tan sencilla, tan callada y tan sincera. Fijándonos en tu vida, no necesitamos tanta maleta para ir preparando cada día nuestro viaje hacia la eternidad. ¡Espéranos en la estación del cielo!
Tino Escribano. Parroquia de Guadalupe. Cáceres
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